Quizás nadie como los poetas han sabido expresar la belleza y quizás nadie como un poeta español ha expresado mejor toda la belleza contenida en uno de los más emblemáticos edificios de Madrid, el Museo del Prado. Se trata de Rafael Alberti (Cádiz,Puerto de Santa María1902-1999 ) que en su libro «A la pintura» nos dice así:
«¡El Museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía
pinares en los ojos y alta mar todavía
con un dolor de playas de amor en un costado,
cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado.
¡Oh asombro! ¡Quién pensara que los viejos pintores
pintaron la Pintura con tan claros colores;
que de la vida hicieron una ventana abierta,
no una petrificada naturaleza muerta,
y que Venus fue nácar y jazmín trasparente,
no umbría, como yo creyera ingenuamente!
Perdida de los pinos y de la mar, mi mano
tropezaba los pinos y la mar de Tiziano,
claridades corpóreas jamás imaginadas,
por el pincel del viento desnudas y pintadas. (…)Yo no sabía entonces que la vida tuviera Tintoretto (verano), Veronés (primavera), ni que las rubias Gracias de pecho enamorado corrieran por las salas del Museo del Prado (…)
El desnudo en el Arte: el Museo del Prado
Pero lo mismo que debemos la creación del Museo a una reina de breve vida y breve reinado, como fué doña Isabel de Branganza, segunda esposa de Fernando VII, la supervivencia de la riquisima colección de desnudos se la debemos al pintor Mengs (1726, Ústí nad Labem, República Checa-Roma, Italia1779) a quien le estamos muy agradecidos por ello.
Él fue el pintor de cámara del Rey Carlos III, a cuyo servicio ya había estado en Napoles, el ilustrado Rey Borbón que, no obstante, en 1762 le pidió «que se pasase por el Retiro y el Palacio Nuevo e hiciese una elección de los cuadros que mostraban demasiada desnudez, para mandarlos quemar»… Afortunadamente Mengs se atrevió a desobedecer al Monarca, con todo el riesgo que ello implicaba, y con ojos y criterios de artista y no de censor, trasladó a su propia casa los lienzos «condenados»… Entre él y el Marqués de Esquilache lograron salvarlos argumentando al Rey que servirían para la enseñanza técnica de otros artistas… Las obras «indultadas» pasaron a ocupar lugares apartados y vedados, pues había caído sobre ellas el peso de la prohibición y la censura. (Datos obtenidos en el libro «El desnudo en el Museo del Prado» , del capítulo titulado «De salas reservadas y otros paraísos cerrados» de Javier Portús p. 57, que han sido a su vez obtenidos en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, nº 57, en un artículo de Narciso Sentenach titulado «Cuadros famosos condenados al fuego»)
Pero curiosamente, y aunque fuese por distintos motivos, los vitalistas cuadros de esplendorosos desnudos continuaron juntos, igual que cuando Felipe II los coleccionaba orgullosamente en su cámara privada, especialmente los realizados por Tiziano, (cuyos motivos mitológicos sacados de la Metamorfosis de Ovidio, les prestaba el título de «poesias», como la maravillosa Dánae, y Venus y Adonis o Venus con el amor y la música…
Felipe IV fue otro gran mecenas del Arte, que amplió notablemente esta colección privada y la trasladó a un lugar muy seguro del Palacio, protegidas por unas bóvedas ( llamadas de Tiziano) que, sin duda, las salvaron del pavoroso incendió que prácticamente destruyó el viejo Alcázar en la Navidad de 1734 cuando ya reinaba en España la nueva dinastía Borbón, con Felipe V.
Salvados los cuadros pero encerrados, como hemos visto, a partir del reinado de Carlos III, terminaron pasando todos los de esta temática a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en 1792, con la autorización de Carlos IV, basándose nuevamente en que la calidad artística y el armonioso empleo del color en la representación del cuerpo humano, les hacía idóneos para la enseñanza… aunque al haberse convertido en objetos rechazados por la moral, su contemplación y estudio era muy restringida.
En 1827 el Museo del Prado, inaugurado en el 1819, reclamó a la Academia sus más de setenta obras de desnudo aunque, durante más de diez años, siguieron ocupando las llamadas «Salas Reservadas» con muy difícil acceso si no se contaba con especiales permisos.
Hoy, dispersas por casi todas sus salas, podemos contemplar las maravillas de Durero, de Tiziano, de Rubens, de Tintoretto, de Brueghel, de Van Dyck, de Carraci… y añorar a la sin par Venus del espejo de Velázquez adorada en Londres, e intentar descubrir quienes son realmente la maja vestida y la desnuda de Goya…
Bibliografia