Cuando tenía 19 años Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837 – Padrón, 1885) se trasladó a Madrid en el mes de abril de 1856, para vivir con María Josefa García-Lugín y Castro, pariente de su madre, en la planta baja de la casa número 13 de la calle de La Ballesta.
Al año de su llegada publicó, en la Imprenta de M. González de Madrid, su libro La flor, escrita en castellano, que mereció una elogiosa reseña en el periódico liberal La Iberia, por parte del crítico Manuel Murguía, que fue la primera persona que animó a Rosalía en su tarea literaria y también organizó la publicación de sus Cantares gallegos … y con quien al año siguiente contrajo matrimonio.
Y también vemos al lado esta Lápida Conmemorativa del centenario de su boda , que les dedicó el Centro Gallego de Madrid
La boda se celebró el dia 10 de otubre de 1858 en la cercana parroquia de San Ildefonso, en la plaza del mismo nombre.
Afortunadamente su interior está impecable, y su altar presidido por el el santo titular del templo, San Ildefonso, en el momento en que la Virgen, según piadosa tradición toledana , se apareció al santo y le ofreció una casulla en premio a sus escritos sobre ella.
En el año 665 cuando los árabes conquistaron Toledo respetaron su Iglesia pues lo consideraron un lugar sagrado. SIglos después hacia 1665 nada menos que El Greco realizó un precioso cuadro en el que vemos a San Ildefonso escribiendo un libro dedicado a la Virgen.
El Centro Gallego les dedicó una lápida conmemorativa de su matrimonio, que se encuentra protegida en el interior del templo, pero que puede verse desde el exterior.
A partir de este momento el matrimonio regresó a Galicia y allí fue aclamada como precursora de la poesía moderna, junto a Gustavo Adolfo Bécquer.
En Santiago de Compostela tiene un precioso monumento
Pasó sus últimos años en la «Casa da Matanza» en Padrón, donde falleció en 1885, con cuarenta y ocho años a consecuencia de un cáncer de útero. Según nos cuentan, ella se sentaba en el bonito jardín en este mismo lugar, a leer… Es emocionante sentarse, al menos un momento aquí , en el mismo lugar, para leerla y evocarla, en uno de sus más sentidos libros: En las orillas del Sar