El Cerro de Almodóvar (726 m.) se encuentra en la zona sudeste de Madrid, al borde de la carretera de Valencia, en el límite entre Vicálvaro y el barrio de Santa Eugenia en Vallecas- Villa. Tiene gran importancia geológica, arqueológica y también paisajistica pues nos permite una extensa visión circular de la ciudad de Madrid y de la sierra.
Desde que hace muchos años leí un libro titulado «Mito y realidad de la Escuela de Vallecas» he mantenido el deseo de subir a este cerro, inspirador de un pequeño grupo de pintores allá por el año 1927, pero hasta ahora, y gracias al programa anual de la «Semana de la Ciencia» (que en realidad son dos semanas), no había tenido ocasión de hacerlo. Y ha sido una magnífica visita guiada en la que se han tocado diversos aspectos.
El cerro alcanza una altitud de 726 metros, situando su base a unos 670 m. Su importancia geológica radica principalmente en su alto nivel de sepiolita, un mineral de gran importancia industrial, que en este cerro fue explotado en galerias hasta que se hizo a cielo abierto. Actualmente a los pies del cerro, en la parte suroriental, se encuentra la fábrica TOLSA donde se procesa y es una de las empresas españolas que más exporta a Europa.
Conocida también la sepiolita con el nombre alemán Meerschaum («espuma de mar»), este mineral fibroso posee unas características físicas que lo hacen muy adecuado para el labrado de figuras y objetos ornamentales, como por ejemplo las pipas conocidas precisamente como de «espuma de mar» de una gran belleza y valor artístico. En el siglo XVIII se utilizaba en las Reales Fábricas de Porcelanas del Retiro. Y otra utilidad muy importante, es su capacidad de absorción de petróleo en caso de accidentes marinos, debido a que, al ser como una esponja rígida perforada de galerías huecas, flota muy bien en el agua.
Actualmente, tiene numerosos usos (filtros de cigarrillos, desodorantes,etc.) siendo muy importante su utilización en las camas absorbentes de animales domésticos.
España se encuentra entre los principales países productores de sepiolita, junto a Turquía, Grecia, Marruecos, España, Tanzania y Estados Unidos.
También se pueden apreciar, a simple vista por el suelo, pequeñas piezas de silex y es que en 2008 se descubrió, en su base, un yacimiento arqueológico que atesoraba numerosos utensilios de silex labrados hace unos 30.000 años.
Y en todo lo alto el Instituto Geográfico Nacional, ha marcado el Vértice Geodésico… y este «aviso»: La destrucción de esta señal está penada por la ley.
Las vistas desde el Cerro Almodóvar
El nombre de Almodóvar se deriva del árabe y significa «el redondo», desde su meseta superior tenemos una amplísima visión circular de Madrid y todos sus alrededores, con la sierra de fondo, incluso el Pico del Ocejón en Guadalajara, y otros cerros próximos y famosos como el de los Ángeles, el de San Juan del Viso, el de Batallones etc.
La Escuela de Vallecas
Hay artistas que, en épocas difíciles, saben rescatar la belleza en espacios donde nadie la sospechaba y que tienen el coraje de buscar ese rayito de esperanza, que siempre encierra la fantasía.
Varios de estos artistas españoles se vincularon en torno a 1927 a un pueblo muy próximo a Madrid, en la seca llanura, llamado Vallecas. Uno de ellos era Alberto Sánchez, toledano, panadero y escultor, espíritu inquieto que, en compañía del pintor albaceteño Benjamín Palencia, recorrió en laboriosas caminatas los pobres alrededores de Madrid, apreciando con ojos sensibles cada accidente del terreno y cada piedra del camino.
A estos recorridos se unieron otros soñadores como Juan Manuel Caneja, Maruja Mallo e incluso parece que Rafael Alberti y Federico Garcia Lorca también se apuntaron a los insólitos paseos. En el cerro llamado de Almodóvar, al que ellos decían «Cerro Testigo», levantaron un sencillo monolito de ladrillos que para ellos significaba un hito, el inicio de un camino nuevo para el arte español.
De todo esto tenemos un testimonio inapreciable pues el propio Alberto Sánchez (exiliado al terminar la guerra civil) dictó en Moscú, en 1960, sus añorados recuerdos de esa época. Dicen así:
“Al participar en la Exposición de Artistas Ibéricos (*) conocí a varios pintores. Casi todos se fueron después a París, menos Benjamín Palencia. Palencia y yo quedamos en Madrid con el deliberado propósito de poner en pie el nuevo arte nacional, que compitiera con el de París. Durante un período bastante largo, a partir de 1927, más o menos, Palencia y yo nos citábamos casi a diario en la Puerta de Atocha, hacia las tres y media de la tarde, fuera cual fuese el tiempo. Recorríamos a pie diferentes itinerarios: uno de ellos era por la vía del tren hasta las cercanías de Villaverde Bajo, y sin cruzar el Manzanares, torcíamos hacia el Cerro Negro y nos dirigíamos hacía Vallecas. Terminábamos en el Cerro llamado de Almodóvar, al que bautizamos con el nombre de “cerro testigo” porque de ahí había de partir la nueva visión del arte español. Una vez en lo alto del Cerro – cerro de tierras arrastradas por la lluvia, donde sólo quedaba algún olivo carcomido, con escasas ramas – abarcábamos un círculo completo, panorama de la tierra, imagen de su redondez. (…) A Vallecas íbamos todo el tiempo, ya fuera invierno o verano, de noche o de día. Una noche, hacia las doce, me encontraba allí con Palencia y estábamos contemplando los efectos de la luz lunar en el círculo perfecto de lo que había sido una mina de yeso, de gredas, que de día eran de color verde y blanco de hueso, y que la lluvia extendía sobre ese círculo. Al verlo de noche nos quedamos asombrados por la fosforescencia de los colores, por las coloraciones eléctricas matizadas. (…) En contraste con el mundo desgarrado de la ciudad, los campos abiertos de Vallecas me llenaban de felicidad. Yo deseaba que todos los hombres de la tierra disfrutaran de esta emoción que me causaba el campo abierto. Por eso siempre he considerado este arte un arte revolucionario que busca la vida”
(*) La Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos se celebró en el Palacio de Exposiciones del Retiro, Madrid y se inauguró el 28 mayo 1925
Concluida la terrible guerra civil, y dispersos o muertos los compañeros que caminaban juntos, sólo Benjamín Palencia pudo reanudar aquellas caminatas cuando conoció a un grupo de jóvenes muy amigos, tan idealistas como escasos de medios, que habían estudiado juntos en la Escuela de Bellas Artes que funcionó durante la guerra. Ellos eran Carlos Pascual de Lara, Alvaro Delgado, Gregorio del Olmo, Enrique Núñez Castelo y Francisco San José. Deslumbrados por la experiencia de Benjamín Palencia, ya muy bien situado, coinciden con él en su ferviente admiración por el Greco. Vallecas les inspira desde el primer día que llegan al pueblo y penetran en su vacía Iglesia.
Intentaron conseguir algún local para tener allí casa y estudio, pero por su falta de medios sólo consiguieron lugares ínfimos en los que, tras mucho trabajar no conseguían el resultado deseado… La diferencia de posición económica y del sentido de la amistad entre Palencia y el grupo impidió que éste se consolidara, así que el desánimo cundió, las dificultades económicas les terminaron aplastando y el grupo como tal se deshizo… Tuvo una vida efímera. pero quedaron los recuerdos, un nombre que ha funcionado miticamente y la realidad de unos cuadros en los que el paisaje del pueblo de Vallecas es único protagonista.
De Álvaro Delgado acamos de hablar en la anterior entrada del blog al hablar del Museo de Arte Iberoamericano donde hemos visto alguna de sus obras y conocido que, en la I Bienal de Alejandría en 1955, consiguió el primer premio de pintura. Y también le hemos evocado por su huella en otro precioso pueblo de la Comunidad de Madrid. Olmeda de las Fuentes.
Precisamente en el libro que he mencionado aparece esta fotografía en la que está junto con sus mejores amigos.
Cirilo Martinez Novillo, aficionado a la pintura desde pequeño estableció contacto con Álvaro Delgado Ramos, Francisco San José y Gregorio del Olmo, con quienes compartió su amor por esta zona de Vallecas, donde él había nacido en 1921, e incluso estuvo a punto de integrarse en la Escuela de Vallecas, pero incomprensiblemente Benjamín Palencia no le admitió… Por fortuna pudo dar clase en escuela- taller para muchachos en la Real Academia de San Fernando con Daniel Vázque Díaz, el cual le animó a perseverar en su vocación. A finales de 2001 el Centro Cultural de la Villa expuso un centenar de sus obras, en una antológica titulada Martínez Novillo, antológica 1941/2000, de la que afortunadamente pudo disfrutar . Falleció en Madrid en 2008.
Con este paisaje de Vallecas de Francisco San José (Madrid 1919-1981) nos despedimos de este cerro que fue un hito para el grupo de pintores pero que, curiosamente, ninguno llevó a sus lienzos…lo usaron como atalaya para sus pinturas y sus sueños.
Magnífico reportaje sobre un lugar, el cerro de Almodóvar, desconocido por mí, y que si no fuera por ti habría permanecido así, creo que mucho tiempo. La unión de la ciencia, el arte y la industrialización (me encantan las pipas de espuma de mar) da un resultado óptimo: Tu capacidad de asociación, Maríarosa, es prodigiosa y nos dejas asombrados a tus lectores. En realidad, más que darte la enhorabuena a ti, hay que dárnosla a nosotros por haberte encontrado.
Almudena qué bien que hayas descubierto este cerro tan interesante a través de mi blog ¡¡Hay tantos lugares que tenemos cerca y que no conocemos!! La verdad es que todas las cosas están enlazadas entre sí por múltiples conexiones y es muy gratificante lograr asociarlas. Pues este espacio es un buen lugar de encuentro y la enhorabuena es por ambas partes y yo te agradezco sinceramente tus palabras.
Magnífico post, María Rosa, como las espectaculares vistas desde ese cerro con tanta historia. Me gusta mucho Novillo, recuerdo esa expo en el Centro de la Villa en Colón donde le descubrí. ¡Gracias!
Las exposiciones, de las que tanto podemos disfrutar en Madrid, son un descubrimiento y un gran reuerdo que permanece… como la de Martínez Novillo que compruebo que a las dos nos dejó mucha huella…Muchas gracias Mercedes por tus gratas palabras.